Estaba ordenando mi pieza y dejé de hacerlo, porque estoy escribiendo aquí, obvio. Entre tanto desorden encontré un jumper de mis tiempos de juventud y el polerón de curso que nos hicimos. El jumper no me cierra ni por si acaso (y en esos años me decían que estaba gorda, ahora soy una morsa si no entro en el jumper) y el polerón ni siquiera intenté probármelo por miedo a quedar encerrada y atascada hasta morir, cual ballena varada.
Cursé toda la enseñanza básica en un colegio mixto donde usaba falda, mis compañeros olían a mierda después de jugar a la pelota en los recreos y mis compañeras se apiñaban en los recreos a pelar o a mirar a los cabros correr de un lado a otro de la cancha mientras hacían como que sabían jugar fútbol. Siempre tuve hartos amigos y era de pocas amigas ( no ha cambiado mucho). No sé por qué, pero siempre me he llevado mejor con los hombres y no así con las mujeres. Eso provocó dos cosas: ser siempre la amiga a la que todas las pololas de mis amigos odian profundamente y que los minos, al llevarme tan bien con ellos, me friendzonearan todo el tiempo. Pero ya hablaré de eso en otro momento, ahora quiero enfocarme en el cambio de colegio cuando entré a la media.
Acostumbrada a mis amigos, de repente me vi rodeada de inspectoras mujeres, compañeras mujeres, directoras mujeres, profesoras mujeres. Todas mujeres. Debo admitir que mi lado masculino entró en pánico al principio, pero de a poco fui aprendiendo a valorar las virtudes de ir en un colegio que no era mixto.
Es que ser liceana en un colegio de mujeres es otra cosa. Aunque el olor después de hacer educación física era el mismo. Pero tenía algunas ventajas notables: si querías cambiarte la polera sudada no tenías que ir al baño, te empelotabas ahí mismo en la sala y nadie decía nada, un par de pechugas era lo más normal del mundo. También era práctico cuando necesitabas embellecerte de manera express: me tocó la época de los pokemones, así que, si por la mañana no habías alcanzado a alisarte el pelo para estar presentable, sabías que siempre había una compañera con la plancha de pelo en la mochila para ayudarte. Y también con kilos y kilos de maquillaje para las que se pintaban. Yo sigo usando tan solo desodorante todas las mañanas.
Algo que jamás olvidaré son las sesiones de depilación dentro de la sala. Faltaba poco para que las cabras se hicieran el rebaje también. Sacarse las cejas era una cosa, los bigotes eran pasables, pero chantar la pierna encima de la mesa y empezar a sacarte los cañones ahí mismo... Bueno, como éramos todas mujeres, nadie decía nada. Y lo más rápido de todo era conseguir una toalla higiénica o un tampón. Digo, entre tanta mujer, cómo no iba a existir alguna a la que le llegara la menstruación la misma semana que a ti.
Pero no todo era femenino, limpio, ordenado y olorosito. Recuerdo haber visto a algunas prenderle fuego a un desodorante ambiental, a muy pocas lavarse los dientes después de almuerzo, algunas que se notaba que no se bañaban hace rato, y otras que olían a Mercado Central.
La gente jura de guata que los liceos de niñas son mucho más tranquilos, pero no cachan ná. Se fuma, se pitea, se toma y se atraca como en cualquier otro colegio. Y, a fin de año, cuando tocaban las alianzas y nos juntábamos con los liceos de hombres para celebrar, quedaba la cagá. Aunque los cabros invitados fueran los más feos del planeta, se agradecía ver un torso sin volumen. A veces teníamos suerte y nos tocaban unos wachones más que pasables. Recuerdo unas alianzas donde unos tipos bailaron la colita, o algo así. Estaban bien buenos, pero con una bolsa en la cabeza. Por lo demás, bien, bien, bien.
Lo bacán de ir en un liceo, además emblemático, era el sentido de pertenencia al curso, a la institución, el orgullo, el ser parte de ese algo que no todos los colegios tienen, como si el espíritu mismo del liceo fuéramos nosotras, las estudiantes. Mi curso durante esos cuatro años, y a pesar de que tenía conflictos como todos, era bastante unido, a pesar de que coexistían muchos grupos muy diversos en su interior. No sé si a todas les pasó, pero mis mejores años de adolescencia quedaron ahí, en el liceo, con mis amigas, durante los recreos en los que jugábamos cartas y apostábamos (yo siempre perdía, pa variar), cuando capeábamos clases incesantemente y andábamos escapando de las inspectoras, cada vez que la profe de matemáticas me echaba de la sala (una vez me sacó con banco y todo y me hizo hacer la clase desde el pasillo para que no conversara más), o esa vez que una profe de lenguaje nos apodó a mi grupo y a mí La Mafia, así que solo para hincharle las pelotas, hicimos un cartel con nuestro nuevo nombre y lo pegamos en la pared del fondo donde nos sentábamos. También tuvimos nuestro propio santo: Oberlin, un berlín relleno con crema pastelera y extremidades de papas fritas. Cada vez que no habíamos estudiado para una prueba o control, le pedíamos que la suspendieran y nunca nos falló, aunque tampoco estudiábamos cuando volvían a recalendarizar la prueba, así que, básicamente, nos pasamos muchos años rezándole para salir del liceo. Si no fuera por Oberlin, no sé que habría hecho...
En mi curso habían varios grupitos super definidos y, en general, no nos mezclábamos, porque éramos de especies diferentes (?). No me referiré a los demás grupos, porque podría herir a alguien y después me van a putear xD Así que hablaré del mío: las desordenadas. Esta especie existe en todas partes, en todos los cursos. Se caracteriza por no prestar atención en clases, conversar excesivamente, ser echada de la sala constantemente (mamá, la profe de mates me tenía mala) y reírse de los profes. En realidad, éramos como 2 o 3 las que hacíamos eso, las demás eran aplicadas (yo igual, pero me gustaba el hueveo xD). Recuerdo al profe de historia, que al final solo le hacía clases a dos o tres compañeras que eran las únicas que lo pescaban. Me daba penita. Después llegó una profe más joven a la que amé, pero yo conversaba tanto en clases que ella terminó odiándome igual. También estuvieron todas las profes de lenguaje por las que pasamos, no sé cuál de ellas nos odiaba más. Y la profe de física, que tenía unos pies tan feos.. No sé cómo era capaz de ponerse chalas... Cómo olvidar a las profesoras de inglés: primero nos tocó una a la que le tenían un apodo tan feo como ella misma y sus carteras de lentejuelas de Meiggs, después llegó una que era como Cecillia Bolocco con demasiado estuco en la cara y que pronunciaba como la callampa. No sé cómo era azafata... Y nuestra profe de artes visuales, Lord Farquaad, ¿alguien vio Shrek? ¿y al rey? ¿ese que le quiere sacar las gomitas al Hombre de Jengibre? Bueno, mi profesora era igual. También tuvimos una profe de psicología (¿o era filosofía?) que se parecía a la Tía Pucherito, no solo por la ropa que usaba, el maquillaje también.
Tuve muchos profesores que nos odiaron a mi grupito y a mí por interrumpir las clases, reírnos, incitar a la sublevación de las más tranquillas, entre otras cosas. También varias compañeras que se sentaban delante nuestro y gritaban enojadas que nos calláramos. Apuesto a que disfruté el liceo más que ellas, porque no solo de estudios vive el hombre (?) xD Pero no puedo dejar de mencionar a quien más nos odió, nuestro Némesis, el enemigo público número uno, la abominación nacida de la mano de Dios y hecha mujer, que me torturó tantos años: la profe de religión (la Berni, la otra era más piola y más chistosa), que, además, era mi profesora jefe. Según ella, en mi grupo estaba la perdición: creía que todas éramos lesbianas-drogadictas-vagas-que-no-serían-ni-harían-nada-en-la-vida. Profe, le cuento que ya hay dos egresadas. Las demás vamos lento, pero seguro. Más lento que seguro, eso sí... De todos los profes que nos odiaron, yo creo que ella está en primer lugar. Su odio por algunas de nosotras quemaba con la intensidad de mil soles. Pero era mutuo, así que estábamos empatadas. Nos caía tan mal, pero tan mal, que en el polerón de curso, al lado de su nombre, pusimos un dibujo que imitaba una flor, pero en realidad era un 666 camuflado, porque ella era la encarnación de la maldad. Siempre he creído que es lesbiana reprimida (ojo, no lo digo como una ofensa).
Pasar por el liceo fue la mejor experiencia de vida que tuve hasta ahora, hice muy buenas amigas y un par de enemigas que después dejaron de serlo. Las mejores salidas a la playa fueron en época de PSU, cuando el liceo era sede para rendir el examen. Nosotras hacíamos las maletas, nos íbamos a tomar (sol, por supuesto) a Isla Negra y volvíamos el lunes todas insoladas y sin poder ponernos sostenes.
Cabras, las extraño. Vamos a comernos un par de papas fritas y empanadas de queso al Tarragona, como cuando éramos jóvenes y estábamos llenas de sueños y esperanzas. Las amo ♥
10-4, mis queridos y no asiduos lectores de este disfuncional blog ♥~
Los sueños y las esperanzas nunca los dejes, nunca los pierdas y si los pierdes búscalos, que no se te escapen jamás
ResponderEliminarSigo pensando lo mismo mi panchy
ResponderEliminarDeberías volver a escribir
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