¡Menos mal que hay una sola! Con dos como la mía se acaba el mundo.
El año pasado estuvo de cumpleaños mi abuela, mañana le toca a mi madre. Pero, como salgo a las 5 de la tarde de la u, después tengo que seguir estudiando para el control del miércoles porque aún estoy en clases y vamos a celebrarle con una oncecita (puta, ¿era sorpresa? ya la cagué), me puse a escribir hoy, con tiempo, para no estar a última hora. Así, madre, puedes presumir este escrito mañana durante todo el día en la pega con tus amigos, no-amigos, colegas, la vieja pesada esa (todos sabemos de quién hablo), y con el auxiliar que antes era buena ondi, pero empezó a juntarse mucho con la vieja pesada esa.
Como ha sido la tónica durante los últimos años, mi madre ya no quiere cumplir más años. Se queja de las canas, el dolor de espalda, que no la ayudamos lo suficiente (nunca es suficiente), que el perro caga, que la basura, la plata, el gas, el confort, la alineación de los planetas, la fase lunar, su piel... Por suerte, el ginecólogo le dijo que no estaba menopáusica. Por suerte, para todos nosotros, insignificantes mortales que no conocemos lo que es ser madre. A menos que usted, no asiduo lector, sea madre. Y no, tener mascotas, del tipo que sea, no cuenta ni de cerca como ser madre, aunque yo diga que sí solo para autoconvencerme de que con mi perro es suficiente.
Mi madre, como todas las madres, quiere lo mejor para mi hermana y para mí. Como todas las madres, quiere que sea profesional e independiente. Para no repetir la historia, dice. Esta historia comenzó hace 24 años, cuando mi madre y mi padre se dijeron "Hola". No, esperen, eso fue mucho antes, en el colegio. El punto es que un día mi madre y mi padre hicieron Chocapic (?) y paff! Fui el espermatozoide ganador. Con lo lenta que soy, no sé cómo fui yo el ganador. Cosas del destino... Y, nueve meses después, nací yo, gorda, fea y peluda. Igual que mi abuelo Luis, según cuenta la leyenda.
Mi madre es fashionista: hasta los aros le combinan con todo, la cartera, el collar, los zapatos (siempre le faltan zapatos). Siempre se va súper arreglada al trabajo, perfumada y top. Yo salgo a la u con zapatillas, un polerón o un chaleco que siempre me quedan demasiado grandes y una mochila roja que no combinaría con nada ni en mil años de moda. Lo único que no aprendí fue a maquillarme como tú, porque parezco prostituta barata cuando lo intento, así que opté por echarme desodorante, perfume si la ocasión lo amerita, y una pintada de labios cuando me acuerdo y no se me hace demasiado tarde para ir a algún sitio. Normalmente, siempre se me hace tarde, así que con suerte me ducho, siempre parezco Samara, la niña de The Ring, y no huelo a flores frescas.
Dicen que, si mirabas a mi madre de espalda, no parecía estar embarazada. Era bien flaquita, monona, bonita sonrisa en las fotos. Y con esa chasquilla ochentera que todos conocemos, con pantalones amasados y corte de pelo a lo Willy Iturri. Sí, como el vocalista-baterista de GIT. Así tal cual. Que bueno que dejó de tenerlo como referencia para cortarse el pelo.
Alguna vez escuché decir a mi papá que mi mamá se veía muy linda cuando estaba embarazada. Recuerdo siempre una foto de ella con una jardinera y yo abultándole la panza. Estaba sonriendo. A decir verdad, se veía bien bonita. Todavía tiene esa misma sonrisa cuando se saca infinitas selfies. ¿Por qué no salí tan fotogénica como tú? Siempre salgo con cara de culo en las fotos, mirando para otro lado, con los ojos cerrados o atragantándome con la comida.
Lo que sí saqué de ti fue el amor por la lectura, mi mejor refugio. Recuerdo que desde pequeña siempre me llevabas libros que sacabas en el Bibliometro (que todavía está en paro y a nadie le importa). Muchas veces no alcancé a terminarlos, pero me gustaba saber que, al devolvértelos, un nuevo libro llegaría a mis manos. Cuando cumplí 12 tuve que empezar a retirar los libros por mi cuenta, así que dejaste de llevarme a casa las historias con las que me pasé muchos recreos. Aún llevo un libro en la mochila, siempre uno distinto, para hacerme compañía en las filas de mierda en algún sitio, en las ventanas de la u, cuando viajo en metro. En cualquier parte siempre me acompaña un libro, hasta cuando me voy de mochileo.
Cuando todavía existían las disertaciones en papel kraft en el colegio, las mías eran las mejores. A veces tenías que llegar de la pega, muy tarde, a ayudarme con las tareas. Y traías la Maestra Jardinera en la cartera, una revista dedicada a las parvularias para hacer más didácticas sus clases. Y mis disertaciones, que siempre causaban sensación y eran las más pulentas de todas, haciendo que los dummies de mis compañeros lograran entender un poco de materia. Recuerdo también que más de alguna vez me escribiste un informe en hoja de oficio cuadriculada porque mi letra apestaba, eran las 12 de la noche y, bueno, eras mamá. A pesar de que siempre dices que no naciste para ser mamá (creo que yo tampoco para ser hija), no lo has hecho nada de mal. Digo, logré licenciarme del colegio y entré a la universidad.
A veces he visto fotos de ti de hace 15 años y parecía que tenías la edad que tienes ahora. Estás como el vino y mejor con los años. Algunos cambios en tu vida te han hecho bastante bien. Ahora sonríes más, te ríes más, hasta tu ropa es más alegre. Pero ha sido después de un largo camino recorrido. Y esta es tu recompensa, tener más tiempo para ti (creo) y hacer cosas que te gustan, como hacer natación o dejar de preocuparte si hay un cerro de loza sucia en el lavaplatos. Ahora que mi hermana y yo estamos grandes, puedes tener para ti ese tiempo que antes nos dedicabas incansablemente. Ahora puedes dormir la siesta, leer un libro, quedarte despierta hasta tarde whatsapeando con tus amiguis y no porque una de nosotras se enfermó de la guata o tiene fiebre. Básicamente, ya no molestamos tanto. Aunque sigues trayéndome remedios a medianoche cuando estoy hecha bolsa, sigues acompañándome al doctor para explicarle lo que me pasa porque mis pulmones están tan hechos mierda que no puedo ni hablar y me parezco al amigo asmático en silla de ruedas de Malcolm, sigues tapándome cuando me ves dormida por ahí en la casa (aunque la sensación térmica sea de 50ºC a la sombra), sigues preguntándome todas las mañanas a qué hora entro para despertarme (estoy segura que a veces te respondo cosas que no recuerdo y me quedo dormida igual), sigues recomendándome libros que sabes que me pueden gustar y siempre tengo tu sincera opinión cuando me veo como las pelotas con alguna prenda de vestir con la que juré que mataba. A pesar de que se supone que ya crecí, siempre estás ahí recordándome hacer algo, pidiéndome hora para el dentista porque a mí me da una soberana paja llamar y porque, si no fuera por ti, ya me habrían tenido que poner placa porque los dientes se me habrían caído a pedazos, eso es seguro.
Ahora viene el discurso típico: Sé que me he mandado sendos cagazos en estos 23 años, desde ese perfume carísimo que te quebré una vez e intenté esconder la evidencia (a pesar de que tu pieza quedó pasada a Jean Paul Gaultier durante dos meses), hasta la vez que casi incendié la casa intentando hacerme papas duquesa (¿mencioné alguna vez que no se me da bien la cocina?), y cómo olvidar todos los chamullos que inventé para salir con las chiquillas, el viaje al norte, los dolores de cabeza y los malos ratos que te he hecho pasar en todos estos años. Pero, mírame, no soy tan mala después de todo. Sé que dejé de acompañarte a la feria los sábados y que no te ayudo a doblar la ropa cuando está seca (a veces se me olvida descolgarla y queda más tiesa que el pelo de la Sofía cuando no se baña), pero aprendí otras cosas en el camino mientras crecía y te veía estudiar después de la pega, llegar a la casa a ordenar aunque fuera tarde, ayudarme a hacer las tareas y levantarte al otro día siempre demasiado temprano porque nunca llegas tarde a ningún sitio (otra cosa que no saqué de ti), dejándome el desayuno listo y mi ropa para el colegio planchada en la silla, para que mi papá solo tuviera que darme la mamadera y hacerme esa cola de mierda que me hacía parecer asiática de lo tirante que le quedaba (¡puta que me dolía!). Aprendí de ti que a veces todo el mundo está en contra de uno, incluso la familia, que todo puede parecer demasiado negro y doloroso, que las cosas casi siempre van como uno no quiere que vayan, pero que se puede salir adelante y empezar de nuevo, de cero, con dos hijas chicas que dependen de ti y que no logran ver todo lo que su madre hace por ellas, porque están acostumbradas a tener de todo y tienes que esforzarte el doble para que no les falte nada. Es difícil tener que lidiar con nosotras, con la pega, la casa, la vida y aún así, levantarte todos los sábados para ir a la feria antes de las 9, levantarte en la semana antes de las 6 para llegar a la pega temprano y llegar tarde a la casa porque vivimos lejos.
Es difícil ser madre, aún no estoy segura de querer serlo algún día. Es difícil ser tú. Pero gracias a todo lo que tú eres, yo soy lo que soy.
¡Feliz cumpleaños ♥!
PD: Tengo que decirle al mundo que cumples 46, porque no te ves de 46 y estás mucho mejor que hace 15 años, porque la gente se sigue sorprendiendo de que tengas una hija de mi edad y te veas así, porque las canas son parte del proceso, pero se pueden tapar, así que no importa. Porque sigues haciendo las mismas cosas que haces hace muchos años y sigues aquí, siendo tú, gritando y enojándote, riéndote cuando hago estupideces con mi hermana, hablándole en tono ridículo al perro porque se ganó tu corazón y retándome porque se me olvidó regar el patio o colgar la ropa, que hay que volver a lavar porque lleva dos días en la lavadora y huele a alcantarilla.
Te amo, mamá ♥
10-4, mis queridos y no asiduos lectores de este disfuncional blog ♥~